martes, 10 de julio de 2007

MILAGRO EN LA FÓRMULA I

En pleno siglo XXI que aún se mantengan planteamientos tan arcaicos como los basados en la fe es asumible desde el punto de vista que existen aún personas, pobreticas ellas, que por mor de su intelecto, su fuerza mental o su seguridad en sí mismos, su psique no les permite otra salida que el anhelo de un mundo mejor fuera del que les ha tocado vivir en suerte.

Lo que no me resulta tan asumible y por ende sorprendente, es el hecho de que personas supuestamente vinculadas al mundo de la tecnología más puntera tengan la necesidad de recurrir a la tan manida fe.

Hace unas pocas semanas en el GP de Formula I de Canadá, el piloto polaco de la escudería BMW-Sauber Robert Kubica sufrío un terrorífico accidente que, todos los especialistas concuerdan en afirmar, de haber sucedido unos años antes las consecuencias habrían sido casi letales para el accidentado, y que, gracias a los últimos avances tecnológicos en materiales y en medidas de seguridad en los vehículos el resultado fue de apenas una pierna un poco magullada.

La cuestión es que no se si por patriotismo o por cuestión de fe al más puro estilo de matador de toros, el piloto lleva en su casco el nombre del fallecido papa polaco Karol Wojtyla, y es aquí cuando entra en liza el Vaticano dejando caer la supuesta intervención milagrosa de Juan Pablo II en la protección del piloto.

Esto plantea varias cuestiones importantes:

  • De haberle ocurrido a cualquier otro piloto ¿Juan Pablo II habría intervenido?


  • ¿Y si el otro piloto es practicante de cualquier otra religión o simplemente ateo?


  • De haberle ocurrido a otro piloto y fallecer en el accidente ¿Sería un castigo por su falta de fe?


  • De haber fallecido Kubica ¿tendría algo que ver igualmente la mediación de Juan Pablo II?


Que hoy en día subsistan los que aún consideran los milagros como algo real y tangible es, como dejé caer al principio, sorprendente, aunque más sorprendente aún es que se intente usar el terrible accidente como prueba para demostrar la supuesta santidad del Santo Padre.